¿Queremos realmente luchar contra la desinformación?

Las fake news son una marca de época. El debate sobre el fenómeno caló en mesas familiares, bares y oficinas, saliendo del espacio reducido que habitaba en las facultades de periodismo o comunicación. Nos preocupan las fake news y las vivimos con intensidad. A tal punto, que en paralelo a la pandemia por COVID19, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció la existencia de una infodemia que propagaba desinformación y sobreinformación acerca del coronavirus, sus tratamientos y vacunas, generando muchísimo daño a nivel global.

Desde que las fake news se instalaron en el debate público, su abordaje se centralizó en las herramientas para prevenir consumirlas y creerles: chequear las fuentes, contrastar los títulos con el desarrollo de las noticias, corroborar las fechas, comparar imágenes, etc. Durante un tiempo esta mirada nos conformó.

Sin embargo, en los últimos años, y potenciada por la infodemia, se propagó la sensación de que no se encuentra la forma de frenar las fake news. “Es imposible”, se escucha y repite como mantra. Se habla mucho también del pensamiento crítico. “Hay que ser críticos con internet”. ¿Pero, a ver, cómo sería un ejemplo de ser crítico? Discutir lo que se viraliza como sentido común (en este caso: la imposibilidad de frenar las fake news). Discutir en el sentido de hacerle preguntas al fenómeno, de analizarlo en detalle. Interpelar la realidad cotidiana, para conocerla y poder gestionarla. Las fake news se potencian con las características esenciales de los territorios digitales, este tipo de noticias se difunden y viralizan en segundos, haciendo que los esfuerzos por desmentirlas fracasen repetidamente.

 

De las fake news a la desinformación

¿Qué está pasando? ¿Por qué el chequeo de información no nos alcanza para frenar las fake news? Urgeempezar a pensar algunas cuestiones para profundizar y comprender el fenómeno de manera más acabada.

Por un lado, es clave comenzar a hablar de desinformación en lugar de fake news. La diferencia radica en que la desinformación es un fenómeno complejo que incluye diversas maneras de desinformarse, dentro de las cuales encontramos las fake news (noticias falsas creadas desde cero con la intención de mal informar), así como contenido descontextualizado, parodias, incoherencia entre imágenes y noticias, publicidad no identificada como tal, humor, y otras más que no constituyen en sí mismo fake news.

Es importante entonces hablar de desinformación para comprender las diversas maneras cotidianas que tenemos de caer en información parcial o totalmente falsa. No hace falta que sea una noticia que no tenga ningún vínculo con la realidad, basta con un titular incoherente dentro de una noticia verdadera para que estemos consumiendo información falsa. Entendiendo este punto, podemos seguir avanzando y pensar: ¿por qué nos desinformamos tanto?

El consumo de información y las subjetividades

En este momento vale la pena comenzar a reflexionar sobre las condiciones de recepción de la información en una sociedad crecientemente digitalizada. Por un lado, aquellas condiciones relacionadas al uso y consumo de noticias. En la actualidad, nos encontramos con usuarios y usuarias que suelen leer solamente los titulares o una parte pequeña de una nota, que tienen diversas ventanas abiertas al mismo tiempo y poca atención para leer, que consumen noticias no solo en medios tradicionales de comunicación sino también a través de redes sociales o whastapp. Esto supone sin dudas una profunda transformación.

Por otro lado, podemos reflexionar sobre las condiciones subjetivas de la recepción. Aquí hay algo clave. Los abordajes que solían poner el foco en el chequeo de fuentes, revisión de faltas de ortografía y demás, suponían un consumidor de noticias que buscaba la verdad y se preocupaba por evitar la desinformación. Esto debemos ponerlo en duda. En la sociedad actual la desinformación va de la mano de la polarización, otra de las grandes marcas de la época. Esto significa que en la actualidad priman las posturas antagónicas, donde no hay casi lugar para el diálogo, los cruces  y las discusiones enriquecedoras. Por el contrario, lo que se impone es “tener razón”. En ese contexto, la desinformación es una gran aliada de la polarización y quienes consumimos noticias o datos solemos partir de lo que se denomina razonamiento motivado o sesgo de confirmación.

El razonamiento motivado tiene que ver con las hipótesis previas que tenemos a la hora de consumir información. Por lo general, solemos toparnos con noticias que confirman nuestras ideas preexistentes sobre un tema en cuestión, confirmando así estas hipótesis. Este proceso cotidiano hace que nuestro cerebro sienta cierto placer cognitivo al confirmarlas. Buscamos este tipo de información, con voluntad de creer en ella e incluso si faltan datos, los completamos mentalmente con otros para que corroboren nuestros pareceres. Por el contrario, leer información que va en contra de nuestras hipótesis implica un gasto cognitivo que no solemos querer afrontar y por ende o no la leemos o la descreemos.

Cambio de chip

En este contexto ¿queremos chequear información? No, queremos tener razón. Queremos corroborar nuestras ideas y demostrarlo.

¿Entonces está todo perdido? Claro que no. La invitación es a centrarse en reflexionar sobre cómo consumimos en forma subjetiva información, para generar así, instancias de crítica y cuestionamiento respecto a la información que nos rodea. Resignificar esta recepción, tener alertas sobre nuestras propias formas de actuar y compartir, y concientizar sobre los efectos que la desinformación tiene en nuestra sociedad. Para una sociedad menos polarizada, debemos sí o sí repensarnos como usuarios y usuarias de noticias e información.

Escrito por Lucía Fainboim, Directora de Educación de Faro Digital, para el blog Think Big de Telefónica.