Reflexión para la acción

Reflexión para la acción

Cantamos porque el grito no es bastante

 y no es bastante el llanto ni la bronca. 

Cantamos porque creemos en la gente

 y porque venceremos la derrota. 

Mario Benedetti

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Vacío. Si uno asoma por la ventana, la sensación es de vacío. Muy poco movimiento en un mundo acostumbrado a una marcha incesante. Una porción mayoritaria de la humanidad, encerrada hace dos meses. No están. No estamos. Todo está vacío. Bueno, no todo. El espacio físico vive un sorpresivo paréntesis, pero el virtual se llena hasta sus márgenes. El confinamiento obligatorio tiene un sinfín de implicancias y consecuencias en todos los campos de análisis. Las que nos atañen desde Faro Digital tienen que ver con el uso y las relaciones que generamos, en este particular contexto, con las tecnologías digitales. Pensar, reflexionar. No solo entregarse a nuevos parámetros de “normalidad”, donde la presencia de las pantallas es condición ‘sine qua non’ de una era aún en trabajo de parto. Si ya estábamos en un mundo cada vez más conectado, ¿qué podemos esperar de este momento? ¿y de lo que vendrá en la vida post-pandemia? ¿qué queremos esperar? ¿qué deseamos?

Proponemos un ejercicio: escaparle a la retórica bélica acerca de nuestros vínculos con las pantallas. Están llenos de miedos los medios de comunicación y de discursos tecnopesimistas las redes sociales. Arrastran, dicho sea de paso, el dilema de bastardear el medio desde el medio. Existe una suerte de “moda”, en pose aguda, de pegarle a lo digital en su conjunto. Acepten, sin pecar de naives, el convite a corrernos un ratito nomás del simplismo de echar todas las culpas afuera (en este caso a la infinidad de recursos, dispositivos y servicios digitales). Porque, nobleza obliga para con estos aparatitos atroces, ¿qué haríamos en esta situación de encierro obligado sin conexión a internet?

No desconocemos ni descartamos miradas críticas al sistema. Toda persona consciente debería tenerlas. Pero no hablamos de eso ahora.

La invitación es a resignificar a las pantallas y, de paso, a nosotros mismos. Pensarlas, de manera crítica, analizar sus implicancias, intereses, alcances y desafíos. Tomarlas como lo que son: medios, herramientas, vehículos. Y observarlas de manera integral, sin demonizarlas. Para luego de ese análisis, que lejos de ser sencillo y que con seguridad no conducirá a ninguna verdad revelada, apuntar a dar vuelta la ecuación: poder utilizarlas en pos de nuestro bienestar y el de los demás. Sacar provecho. No ser el único objeto en esta relación ¿indefectiblemente? tóxica.

Y sacar provecho también implica que, en este contexto excepcional debamos, al menos aquellos que tenemos aseguradas algunas condiciones básicas que no nos ponen al borde del abismo, revolotear el avispero neuronal. Sin dejar de considerar la gravedad de la situación que vivimos (¡vaya tiempo histórico!), es momento de pensar, de cultivar la criticidad, de hacer balances, de diseñar estrategias, para que, llegado el momento (¡es ahora!), podamos empezar a actuar. 

Subjetividades y vínculos (dentro y fuera de las pantallas)

La resignificación de las subjetividades, de nuestras maneras de ser y estar en el mundo, son puntos a analizar hoy, y también, en el futuro post-pandémico. Las formas de relacionarnos con nosotros mismos, con los otros y con nuestro entorno, serán otras. ¿Serán otras? Podemos intuir que sí, que el concepto de “normalidad” quedará alterado para siempre. Y si “normalidad” era lo que teníamos antes, bienvenida sea la alteración o transformación. Por eso será interesante seguir de cerca los estudios académicos y las voces reflexivas que emergan del tejido social. Nuestra manera de darle sentido a las cosas ya no volverá a ser la misma. Sería pretencioso arriesgar para dónde virarán las perspectivas y construcciones de sentido, pero puede ser un ejercicio enriquecedor preguntarse qué hábitos personales hemos descubierto en esta cuarentena que nos gustaría sostener cuando todo esto acabe. Y cuáles desterrar para siempre. Porque por más que cada vez abarquen mayores territorios y centralicen mayor atención, no todo en la vida pasa por las pantallas. 

Luego de ese repaso de hábitos, quienes se conviden de nuestra invitación al ejercicio reflexivo pueden continuar la práctica con repensar los vínculos con los otros. Reconfigurar el sentido, la manera de percibir el mundo y a los otros. Quizás el cuidado al que nos empuja la cuarentena sirva como demostración de un valor esencial para la vida en sociedad: cuidarnos y cuidar a los otros. Esto implica una transformación radical en cómo nos percibimos como sujetos, porque deviene de una concepción de nosotros mismos no ya como individuos aislados e independientes, sino como singularidades entramadas, condicionadas por un contexto, por los otros y por la comunidad.

Como dice la polinizadora Denise Najmanovich, vivimos en red, mucho antes de que las corporaciones tecnológicas lo hagan visible, por eso la invitación es a mirarnos con nuevos ojos y tratar de construir una nueva ética, otra forma política de comprendernos como personas en la naturaleza, enredadas en la vida y conviviendo.

Como decía Proust, “el acto real de descubrimiento no consiste en encontrar nuevas tierras, sino en ver con otros ojos”. 

Respecto a las tecnologías digitales, su lugar en nuestra construcción como sociedad será cada vez más abarcativo en una modernidad líquida (en los términos de Bauman), quedando recovecos cada vez más pequeños para nuestra vida sin ellas. Su lugar seguirá siendo central. Pero esa centralidad no debe limitar la (re)construcción de nuestro vínculo con ellas, sino permitir un abordaje humano, pensándolas, utilizándolas, poniéndolas en tela de juicio. En suma, usándolas como lo que son: medios y no fines en sí mismas.

La resignificación de las pantallas debe incluir, necesariamente, la resignificación de nuestro vínculo con ellas. El eje central (y el objetivo) de todo cuestionamiento tiene que ser humano.

Etapa de hiperconectividad: ¿con qué llenamos el tiempo? ¿tenemos que “llenar” el tiempo?

Los efectos de estar encerrados bajo cuatro paredes, pero con nuestros dispositivos en pleno funcionamiento, pueden ser muchos y variados. Desde la sobreinformación a la que estamos expuestos, pasando por la modificación de hábitos de sueño o manifestaciones de ansiedad o angustia, la intensidad del teletrabajo o el estudio a través de plataformas virtuales, hasta la revaloración de vínculos que creíamos olvidados o perdidos, y que hoy agradecemos poder seguir sosteniendo. 

Por tal motivo surge la necesidad de encontrar recetas, sugerencias, estrategias y hasta “dietas” en busca de un equilibrio, no solo sobre el uso de pantallas, sino en general, en pos de nuestro bienestar emocional y psicológico. 

Atravesamos una situación excepcional que, como tal, nos quita posibilidad alguna de control sobre ella: no depende de nosotros el fin del virus ni de esta cuarentena. Sin embargo, qué hacemos con (y a partir de) esta realidad, sí nos compete. Podemos direccionar y decidir algunas de las formas en las que nos impactará esta crisis. Y, también, en las que no. El margen depende, como siempre, de las distintas realidades, de las brechas sociales, económicas, educativas. Vivimos en un mundo con una desigualdad escandalosa, por eso para los y las que tenemos el privilegio de hacer la cuarentena en casa, en un marco de dignidad material, esta oportunidad genera una responsabilidad aún mayor. Tocará entonces asumir el desafío de no seguir distrayéndonos y hacernos cargo de nosotros mismos. Siempre tan propensas a la dualidad entre sufrimiento y espacios de resurrección, las crisis en general, pero ésta en particular, traerá entre sus grandes oportunidades la de repensarnos, recrearnos, reinventarnos.

Uso de pantallas en cuarentena en niños, niñas y jóvenes

Hace poco conversamos con Roberto Balaguer, psicólogo uruguayo y especialista en los vínculos de niños, niñas y jóvenes con las pantallas.  Planteaba que en tiempos de cuarentena el sentido común debe ser el valor primordial. Cualquier cosa que se diga, cualquier determinación que se tome, debe estar enmarcada en esta situación de excepcionalidad. A partir de ahí debemos resolver los modos de funcionamiento personales o intrafamiliares, considerando que el estado de alerta nos afecta a todos y todas. 

¿Qué lugar pueden ocupar las pantallas en este contexto? Balaguer destacó tres cuestiones en las cuales pueden ayudarnos: para informarnos, para seguir en contacto con los afectos, y para liberar a padres y madres (entreteniendo a niños y niñas), adultos sobrecargados de angustia e incertidumbre por la situación (salud, trabajo, rol adulto), y de tareas escolares y quehaceres domésticos. 

En este contexto de excepción, los atributos que tienen las pantallas pueden ser un valor positivo para las familias, no siendo quizás el momento ideal para andar midiendo horas de uso, pero sí para poner el foco en la calidad de los contenidos y la forma en que se consumen.

Vale la aclaración: quienes tienen espacio o disponibilidad en sus casas para hacer actividades físicas o corporales, sobretodo para los más pequeños, es importante para sus desarrollos que el tiempo no transcurra solo frente a las pantallas.

También aportó en esta dirección Juan Carlos Escobar, médico y director de Adolescencias y Juventudes del Ministerio de Salud de la Nación, quien nos manifestó la necesidad de “ser más flexibles con los límites y el control del uso de las pantallas, ya que en la actualidad son los únicos modos de vincularse con otros (amigos, pares y familiares)”. A su vez, destacó la importancia de darse el tiempo de ocio, remarcando la falsa idea de que no es productivo, propia del sistema capitalista que solo mide la productividad en términos económicos. Los y las jóvenes necesitan sus espacios, su privacidad. Y es importante que los adultos estemos atentos a sus sentimientos y estados de ánimo, que de por sí son cambiantes, y que en esta situación se pueden exacerbar. El Ministerio de Salud sostiene que el aislamiento es físico, pero no emocional, por eso Escobar enfatiza que “debemos sostener los vínculos a como dé lugar y, como adultos, intentar que circule la palabra, que los y las jóvenes puedan tener espacios genuinos para expresar sus sentimientos y emociones”.

Política y tecnologías digitales, un debate necesario

Otro de los grandes interrogantes que emergen en estos días de clausura tiene que ver con cómo gestionan los Estados esta pandemia. La cuestión del uso o no de tecnologías de vigilancia masiva en pos de controlar la circulación y prevenir contagios, es un asunto lo suficientemente complejo como para prestarle atención. ¿Qué pensamos? ¿Dónde nos posicionamos? ¿Estamos dispuestos y dispuestas a ceder derechos a cambio de la promesa de “ganarle” al virus? ¿Dónde ponemos el límite? El debate está planteado. El desafío es sostenerlo y nutrirlo de información, de filosofía, de derecho y de cada una de las áreas que pueden sentar posición sobre todo esto. La transversalidad como valor. Tamaños desafíos nos ponen frente al reto de asumirnos como una ciudadanía que debe entrometerse en el debate sobre el impacto de las tecnologías digitales. Y, también, de las decisiones políticas y económicas detrás de sus usos. Debemos organizarnos, mejor y más que nunca.

¿Brechas digitales o desigualdades sociales? 

No sabemos ni cuándo ni cómo. Pero alguien instaló la idea de que la pandemia nos iguala. Ricos y pobres encerrados, víctimas posibles de un virus que no distingue clases sociales. O algo así. Más allá de cuestiones estructurales y derechos de primer orden, en 2016 la ONU declaró el acceso a internet como un derecho humano. Sin embargo, aún queda un largo camino por recorrer en pos de garantizarlo, pero también de entender ese acceso como principio, no como punto de llegada ¿No refleja la pandemia, acaso, las profundas desigualdades sociales que persisten en un mundo regido por un sistema injusto? En general, las brechas digitales continúan un camino trazado previamente por otras brechas, las muchas que segregan a una humanidad que siempre parece cerca de llegar a un punto final de tolerancia. Por eso, no solo es tiempo de reflexionar, sino que es tiempo de pasar a la acción, de ser políticamente concretos y trabajar en pos de reducir las brechas sociales (incluidas las digitales). Es tiempo de recordar de dónde venimos, evaluar el recorrido y medir el tránsito, para poder planificar y definir hacia dónde vamos. Llenar el vacío, otra vez.

Que lo último, sea lo primero: educar, educar y educar

Todo parece indicar que aún estamos lejos de encontrar respuestas lo suficientemente profundas para solucionar (o al menos reducir) los conflictos sociales y las desigualdades con las que convivimos. Pero sí nos animamos a formular nuevas preguntas, para que sirvan como disparadores del pensamiento colectivo (que siempre está en funcionamiento). 

Considerar a la educación como el gran dispositivo para la transformación social, ¿es una pregunta o una idea nueva? Entendemos que no. Sí, en cambio, distinguimos este presente como el momento ideal para debatir qué tipo de educación queremos. Reivindicar el valor de las escuelas y recuperar su sentido, algo que, pareciera, aprendimos a la fuerza de esta pandemia. Del sistema educativo en su conjunto. Volver a las bases de la educación, a las fuentes y los orígenes, considerándola desde su etimología: como un acto político. Política viene del griego polis, que refiere a ciudad. Es un vocablo que deriva de la politeia, que está íntimamente ligada a la paideia, es decir a la educación. De allí el término ‘paid-agogia’ (pedagogía), que significa conducir a niños y niñas de la mano por el camino de la vida. 

Lo político en la educación está en las maneras de educar, en cómo viene a discutir el azar de nuestros orígenes (¿quién eligió nacer donde le tocó?).

Como dice Graciela Frigerio, ese origen es insoslayable y corre el riesgo de marcar todo el derrotero de una vida desigual, quedando anclado en el origen. La educación viene, justamente, a discutir ese anclaje para abrir nuevos caminos emancipatorios. Las escuelas vienen a contradecir, afectar y discutir ese condicionamiento: el hecho que, al nacer, uno tenga pre-trazado un destino inexorable. Por eso la relevancia del sentido de la educación (uno que sea vivificante y tentador, en términos de Frigerio, para los y las jóvenes), ese plus que el sujeto, la sociedad, el grupo, le dan al significado de la educación.

Facundo Bianco y Ezequiel Passeron para Faro Digital.