MERITOCRACIA

De un tiempo a esta parte volvió a instalarse la discusión acerca de la meritocracia. Y cuando eso sucede, cuando un debate encuentra su caja de resonancia, entonces los consumidores de información no paramos de ver, leer y escuchar posturas variopintas. Lo cual no está mal. Acá vamos nosotros. 

¿Qué es la meritocracia?

Se trata de un sistema de creencias que funciona como ordenador social. Ustedes para acá, nosotros para allá. Una segregación entre quienes valen la pena y quienes no, hecha (obvio) por aquellos que se consideran dentro del primer grupo. A mejores resultados, mayor recompensa, suponiendo al mérito como única variable para que esto suceda. 

En palabras de Mariano Narodowski, ex ministro de Educación porteño, “la meritocracia, entonces, no es otra cosa que una forma de organización de la sociedad que adjudica más recursos (materiales o simbólicos) a los que hacen algo mejor que los demás; no a los mejores (eso es una aristocracia) sino a los que generan mejores resultados. La meritocracia no reconoce el esfuerzo sino sus efectos. Con menores esfuerzos y mejores resultados, mayor va a ser la recompensa”.

Esto encierra, sin dudas, una trampa. Fundamentalmente si lo analizamos desde una mirada educativa. ¿Por qué? Porque el eje, lo insoslayable, el quid de la cuestión, reside en aquello que los defensores de la cultura meritocrática ocultan: la línea de largada, el primer casillero, el azar a través del cual se determinan las realidades desde donde comienzan su camino millones de personas distintas. Y lo hacen voluntariamente, por si hace falta aclararlo.

Por ejemplo, a través de fábulas pretenciosas maquilladas de verdades reveladas, donde un joven entusiasta de un pueblito estadounidense monta en su garaje los cimientos de una corporación multimillonaria. De la nada, solo con su sonrisa y la voluntad de emprender. “Esta es la falla de la meritocracia: ser mejor no es para cualquiera sino, mayoritariamente, para los suertudos beneficiados por la lotería del nacimiento. Los mejores son los habilitados por su origen para llegar a ser mejores”, dice Narodowski. 

La cultura de la meritocracia rechaza el contexto

Prescinde de él en su análisis del éxito. Cuando, justamente, la variable imprescindible es el contexto. En un mundo tan desigual, levantar la bandera del mérito por encima de la justicia social y la igualdad de oportunidades, es inmoral.

El debate pone de manifiesto cuál es la mirada del mundo que tiene cada uno. Están aquellos que ven solamente la meta, el fin, que miden el valor del ser humano por su éxito o por su fracaso. Del otro lado, quienes no pueden dejar de analizar qué sucede en las génesis de las trayectorias humanas, en los procesos, donde la suerte de cada uno y cada una está influenciada por un montón de circunstancias.

La paradoja quizás sea que aquellos que enarbolan la meritocracia no reparan en las diferencias, no por ignorarlas, sino justamente para defenderlas: las diferencias de clase, de oportunidades, de historia, de acceso y de derechos. Se cuestiona lo obvio, ¿hay personas que merecen tener más derechos desde su nacimiento que otras? ¿Por qué?

Nuestra mirada no reniega del mérito, donde van adosados valores como el esfuerzo, la formación, la vocación, el genio y mucho más. Pero sí lo diferencia conceptualmente de la meritocracia. ¿Cuánto vale el mérito si está asociado al azar del rincón del mundo donde te tocó nacer?

Para emparejar oportunidades, los Estados y sus decisiones políticas.

Es a través de las distintas herramientas que brinda el sistema democrático y sobretodo a partir de una política educativa inclusiva, que no solo deben gestionar en beneficio de las mayorías, sino que deben hacerlo asumiendo la tarea de apuntalar donde corresponda. No se trata simplemente de universalizar. Más derechos, más oportunidades.

Como señala la educadora Graciela Frigerio, existen orígenes (puntos de partida) que no son elegidos (azar), pero que corren el riesgo de marcar todo el derrotero de una vida. El origen es insoslayable y podría definir una desigualdad hasta la muerte. La escuela viene a contradecir, afectar, discutir ese condicionamiento. Viene a discutir el hecho de que uno tenga pre-trazado al nacer un destino inexorable. Se trata de instalar la equidad: asignar más recursos a quienes consiguen los peores resultados por estar en las peores situaciones sociales causadas por el azar.

Por eso, ante un nuevo debate acerca de este concepto, nuestra propuesta es simple: equidad, para igualar oportunidades primero. Ya habrá tiempo, luego, de debatir la meritocracia.