LaGuita digital

Reflexiones a partir de la Resolución General 1023/2024 de la Comisión Nacional de Valores.

Ante algunas voces de espanto y otras de celebración de la medida nos preguntamos: ¿Es el primer acceso de adolescencias al dinero?, ¿podemos deducir que la normativa viene a formalizar o normalizar ciertas prácticas (digitales) cotidianas que ya existían?

¿La CNV busca competir con las billeteras virtuales?, ¿busca pisar en nuevas subjetividades económicas?

¿Qué queremos que sean las adolescencias?, ¿les damos tiempo para ser adolescentes?, ¿para qué les posibilitamos estas prácticas?

Hay voces que bancan la medida, considerando que es necesario promover la educación financiera entre las adolescencias. Lo que aparece a priori como una necesidad formativa evidente y obvia desde el sentido común se apoya en el contexto en el que vivimos: uno digital que cada vez se torna más artificial.

Una vida entramada entre pantallas que apuntan a “medir absolutamente todo” con una vara de conveniencia, provecho o ganancia; el reconocimiento como algo cuantitativo, visible y explícito (los likes, las visualizaciones y compartidas); una vida que busca la gratificación o recompensa como resultado esperado de cada acción humana; una vida que se orienta a partir del movimiento (como valor y objetivo), como dice Baricco.

Y en especial del dinero —con prácticas como el trading, setter, apuestas online, casinos virtuales o la venta de imágenes— como símbolo predominante del sistema en el que vivimos.

Desde Faro vamos a intentar no juzgar la medida. Preferimos suspender el posicionamiento porque consideramos que entender (o intentar hacerlo) la época no reside en levantar banderas de posiciones estáticas y quietas, sino más bien un tiempo para cultivar la pregunta y el pensamiento colectivo.

Para moralizar, basta con no comprender”, decía Spinoza. Desde fines de 2022 las escuelas, a través de sus docentes, alertaron a la sociedad sobre el problema de la ludopatía juvenil. Las apuestas online fueron la “punta del iceberg” de un problema o fenómeno más profundo: la monetización de la vida cotidiana de cada usuario o usuaria de internet.

De la mano de la timba online, del “Las Vegas en el bolsillo de cada pibe”, como dice Seba Bortnik, aparecieron un grupo cada más grande de chicos —los denominados ponzibros, por Maximiliano Firtman— que venden a través de sus redes estilos de vida de “ganar plata con poco esfuerzo”. Los discursos de “plata fácil”, de “si querés, podés”, en tiempos de economías digitalizadas, ponen en el centro del debate la cuestión de la confianza.

La confianza, en tanto hipótesis sobre la conducta futura del otro, está en la base del mercado de capitales financiero (de inversiones, bonos o acciones), pero también opera en las nuevas prácticas habituales de las adolescencias: apostar a un partido de softbol de la liga finlandesa, jugársela toda a rojo en la ruleta o pegar una línea en el bingo.Quizás lo que busca normalizar esta medida es la “economía de la confianza”, nos dice la docente Camila Galdames.

Ante el auge y la proliferación de ponzibros y las apuestas digitales como un consumo no vergonzoso (hace falta escuchar un poco más y ver en sus testimonios que no lo ven como un problema, ante el asombro y espanto adultocéntrico), o bien de pibes y pibas que venden sus imágenes íntimas como forma de hacer plata en casa y, supuestamente, sin tanto esfuerzo, el Estado argentino valida y sale a competir con sus propias herramientas en el mercado, acompañando el funcionamiento del capitalismo digital, impulsando su faceta financiera y una inserción adolescente.

De fondo se percibe una lógica del resultadismo que excede a la guita. Las adolescencias confían en las cosas que tienen una vuelta concreta, una gratificación que (aunque pueda ser virtual) es material y concreta para sus vidas, nos agrega Galdames. ¿Qué pasa con aquellos procesos que demandan confianza o involucramiento sin tener resultados precisables?, se pregunta la profe. 

La pregunta del sentido, del para qué, excede a la medida y nos lleva a preguntarnos por nuestras subjetividades diarias respecto a nuestras acciones, deseos y prácticas culturales.

¿Cómo desde la educación se puede intervenir en estos procesos cotidianos que afectan a las adolescencias

¿Qué preguntas o inquietudes tendremos que promover en nuestras aulas para cultivar relaciones conscientes, reflexivas y responsables con el mundo de las imágenes artificiales que les rodean?

¿Es acaso la economía de la confianza una continuidad de la economía de la atención o una respuesta?, ¿qué confianza tenemos en las adolescencias?, ¿solo les prestamos atención cuando se trata de guita?, ¿cómo nos posicionamos como personas adultas frente a esta normativa?, ¿cuidamos a las adolescencias ante estas prácticas o las concebimos como jóvenes adultos que tienen que poder hacer?