El Yo y el Otro en tiempos de redes

Estamos en un mundo cada vez más vertiginoso, en donde la ansiedad prima.

Vivimos a gran velocidad: no hay tiempo para leer ese libro, ni para mirar ese documental, ni siquiera para esperar a que cargue esa página web. Leemos titulares, miramos por arriba las notas y solo vemos videos que duren menos de un minuto.

Inmersos en ese ritmo, sin embargo, siempre tenemos tiempo para mostrarnos de alguna manera hacia los demás. No nos miramos a los ojos mientras charlamos cara a cara, pero sí nos sacamos 15 fotos, seleccionamos una, la editamos y la subimos.

La premisa es mostrar, antes que atravesar  o vivir situaciones.

Vivimos en la actualidad en la sociedad del espectáculo, como decía Guy Debord. En donde el otro prima, pero no desde su profundidad, escucha u observación atenta. El otro funciona como vidriera donde exponernos, donde centrarnos en las apariencias y pasar por alto nuestra esencia, nuestras oscuridades o problemas.

La investigadora y ensayista Paula Sibilia señala que existe un cambio socio-histórico profundo, en donde surge la extimidad (publicación de la intimidad), y en donde  sucede una espectacularización de la personalidad. Esto se debe, según Sibilia por un cambio en el Yo.

Antes, las subjetividades se construían con el centro puesto en el interior: la vida interior, la verdad está adentro nuestro, “lo esencial es invisible a los ojos”, etc. Pero hoy en día, el cuerpo, las apariencias, el aspecto físico, el comportamiento, lo que los demás ven, son lo que importa.

El exterior y el otro nos definen, nos hacen existir.

Si en la foto se ve la casa sucia, la eliminamos. O si en la selfie se ve un rasgo que no nos gusta, la editamos. Cuando el niño sale llorando, o con cara rara, eliminamos esa foto. No importa tanto lo que sucede, sino lo que los demás, como espejo de nuestras inseguridades, ven.

Y a su vez, ese otro también funciona como chivo expiatorio, como descarga de la agresión que llevamos dentro como sociedad. Basta leer comentarios en las fotos que publican algunos famosos, o las opiniones de lectores en los diarios, para observar los niveles de discriminación, agresión y violencia que generamos, minuto a minuto.

Cuando somos agresivos con otro, establecemos una relación asimétrica. Intentamos posicionarnos por encima del otro, considerándonos jueces y sabios. Apuntamos con el dedo, prejuzgamos y sentenciamos. Somos fiscales, jueces y hasta Dios.

Entonces ¿quién es ese otro? ¿Es nuestro espejo o nuestro enemigo?

Es, sin dudas, nuestra competencia. Debemos ser más felices que él, más  exitosos, más saludables: más cercanos a la perfección. Agrediendo proyectamos nuestras frustraciones por, lógicamente, no alcanzar esa perfección. Demostrando nos perdemos muchas veces de vivir, simplemente.

Solamente haciéndonos cargo de nuestras miserias, de nuestros miedos y nuestros traumas es que podremos correr el eje de la mirada en el otro. Para eso debemos tomar la decisión de mirar para adentro nuestro, de conocer el motivo de nuestras reacciones, sentimientos y emociones. En suma, ser nosotros mismos, llenos de defectos y de momentos de infelicidad. Para aprender, para evolucionar, para caer y volver a levantarnos.

Con la firme idea de poder alcanzar nuestra mejor versión del Yo siendo menos espectadores y más protagonistas.

Lucía Fainboim y Ezequiel Passeron